Madrugada.

Son buenas noches para decir que es tarde.

Es tarde para definirlas como unas buenas noches.

La cápsula de mi apretada vida me ahoga como una bufanda en plena hora punta de una estación.

Se me escapa el aire de ingenuidad por los poros, cuando en realidad solo es perfume de melón.

Agradezco que el frío cristalice los volantes de mi falda, haciendome temblar de placer. Una noche de nevada nunca le viene mal a nadie.

Y a veces, y digo sólo a veces, una ardiente brisa se adhiere a mis pulmones, creando la necesidad de calentar mi cama y el otro lado del sofá.

Es en ese preciso instante cuando el corrosivo musculo del amor me juega una mala pasada, aunque, verdaderamente, mi alma sólo pida sexo.