Hoy sopla el viento, las sabanas en el balcón lo corroboran. Se mueven al son de un baile ecléptico y pausado. Me cuentan la historia de una ciudad vacía en los meses de verano y activa durante los días más fríos del año.
Acompaña el ambiente un sabroso ambiente con pizcas de sol, un día de playa perfecto el cual he decidido pasarlo en casa, ordenando mi mente, mi vida y todo lo que me queda aquí.
Las rejas se reflejan en el suelo, una carcel de la que soy presa en estos momentos.
Aún me planteo qué voy a continuar dentro de unas semanas, si todo o nada. Supongo que hasta que mis pies no se hagan de nuevo a la horma del zapato no estaré preparada para caminar sin esparadrapo. Por ahora necesito unas plantillas que me hagan sentirme cómoda en estos pequeños zapatitos con los que tendré que encaminarme a través del camino de baldosas amarillas.
Tengo dos opciones, seguir hacia delante aunque lo que vea no sea del todo lo que quiero, o cambiar esa visión y elegir otro sendero que me lleve a cualquier otra parte. Si escojo la segunda corro el riesgo de encontrarme algo que no sea del todo de mi agrado pero la parte positiva está en que al menos la rutina no se hará dueña de mi destino.
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