Y años después se seguía haciendo las mismas preguntas: ¿Qué pasa para que cada estación llegue a su fín y a su vez dé paso a una nueva? ¿Cómo sabe la naturaleza qué debe hacer en cada momento? ¿Por qué llegan a su plenitud todas las flores y seguidamente se marchitan dando luz a sus nuevas semillas? ¿Somos capaces de controlarlo todo o simplemente hay cosas que SON como tienen que SER?
Observaba como los pequeños brotes comenzaban a nacer en los brazos de aquellos robustos gigantes plenos de salvia y vida. Y se daba cuenta que la primavera se abría paso con garras y dientes, aquellas que a veces a ella misma le faltaban para luchar por su vida.
Pronto las abejas crearian su música arrulladora y los cálices de los tulipanes estarían repletos de ellas. Pero ella.. aún estaba en pleno proceso de floración, sin querer deshacerse de aquel tronco que le hacía sentirse segura, sin agarrarse en mayor medida a sus raíces, desarrollarlas y crecer del todo por ella misma. No era miedo, no le tenía miedo a casi nada, sino más bien una sensación de comodidad hacia la compañia lo que le hacía no llegar a florecer del todo como merecía.
Y se dió cuenta, que en nada llegaría el otoño, y seguidamente el invierno, y así sucesivamente, sin poder controlar absolutamente nada, sin ser dueña más que de su propia vida.
Fue entonces, y sólo entonces, cuando fue consciente de que todo pasa sin razón y a su vez con mucha de ella, porque como el propio espíritu de una colmena organiza todo en ella sin pronunciarse tan siquiera, la vida fluye, y por arte de magia, te lleva a dar a luz a tus mejores flores.
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