Constantemente se preguntaba de dónde provenía:
- ¿Provengo de ti, enorme esfera luminiscente que irradia calor?
- Linda amiga, yo te proveo de energía masculina, de luz en los días cálidos, de amor acogedor. Yo soy la fuente de la verdad. Desgraciadamente, siento decirte que no fuí yo quien con todo su ser te creó.
La perdida fresa, pese a que era fuerte y vital, notó como la pesadumbre tristeza la sobrecogió. Aún así, eso no fue suficiente como para devastarla, por lo que siguió pensando sobre cuál sería su procedencia.
De repente una idea vino a ella, y cayó en la cuenta de que cuando el sol desaparecía la eterna dama gris aparecía en el cielo estrellado, por lo que fue a ella a preguntarle:
- Querida dama, ¿es que provengo de ti?
- Pequeña hermosa, yo te proveo de luz cuando solo hay oscuridad, yo emano la feminidad que posees, yo te otorgo el ciclo que necesitas para germinar tus semillas.
Desgraciadamente, siento decirte que no fui yo quién con todo su ser te creó.
Por segunda ocasión, la fresa cayó de nuevo en una incomprensión sobre cuál era su naturaleza. No sentía pertenencia con ningún otro ser, y aquellos con los que había resonado, habían hecho trizas todas sus expectativas. Sólo quería sentir que formaba parte de algo, conocer sus raíces, amarlas.
Se pasó días cavilando sobre cuál podría ser su creador, le preguntó a las fuertes y redondas piedras, le preguntó al agua y al viento, pero ninguno le otorgaba la respuesta que ella buscaba. Por un momento pensó que no pertenecía a nada, por lo que nada era importante.
Cuando ya estaba sumida en la pena y la nostalgia, a un salto del precipicio, un lindo colibrí se le presentó:
- ¿Por qué estás tan triste, amiga fresa?
- Porque no soy capaz de encontrar mi raíz, y sin ella, nada tiene sentido.
- Pero, ¿aún no te has dado cuenta?
- ¿De qué debería darme cuenta, amigo volador?
- ¿Ves aquel matojo trepador que se expande sobre la densa tierra?
- Claro, claro que lo veo.
- Pues es ahí tu creador.
- ¿Cómo? No puede ser que esos tallos tan débiles, que esas hojas tan mugrientas, que esas raíces tan turbias, hubieran creado algo tan hermoso como yo.
- Pues amiga, así es, ahí es tu creador, ahí es a dónde tu perteneces.
Y fue en ese preciso instante cuando la fresa se tornó totalmente conciente de que pese a que no se viera reflejada con su creador, pese a que no lo resonara absolutamente lo más mínimo, era ahí a dónde pertenecía.
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